ESPACIO ESCÉNICO Y VESTUARIO: Beatriz San
Juan
ILUMINACIÓN:
Walter Scopherbill
MÚSICA:
Nick Powell
PRODUCCIÓN: Alberto Zárate, Animalario.
REPARTO: Roberto Álamo, Noelia Castaño,
Pilar Castro, Javier Gutiérrez, Nathalie Poza, Alberto San Juan y Guillermo
Toledo.
Detrás de un título que puede parecer vulgar se
esconde una atrevida propuesta teatral a la que la compañía Animalario se lanzó
con el comienzo del siglo XXI. Pornografía
barata abraza cronológicamente Alejandro
y Ana (2003), pues fue estrenada unos meses antes en La casa del Olivar y,
una vez calmadas las aguas del revuelo mediático que acompañó a esta [1],
se repuso en el Teatro de la Abadía.
El escaso número de funciones –comparado con otros
espectáculos de Animalario– responde a la naturaleza impúdica e íntima del
espectáculo así como a la tendencia de Andrés Lima, autor y director del
montaje, de buscar espacios escénicos no convencionales (los exteriores y
diversas estancias de una casa o de un teatro) que condicionan el lenguaje
escénico y, por lo tanto, la relación escena-público. El espectador asiste,
junto a un narrador anciano que le guía por las diferentes salas, a las casi
veinte escenas –la mayoría independientes entre sí; otras, el retrato de un
instante– interpretadas entre seis actores.
Por lógica de espacio y por necesidad escénica, el
aforo es reducido: el contradictorio objetivo es crear una atmósfera intimista que
propicie la exhibición de una sexualidad explícita. Con la cercanía física
entre los actores y público se rompe la tradicional barrera que hay entre ellos,
de tal modo que desaparecen las conductas sociales propias del teatro a la
italiana. Asimismo, al hacer partícipe al espectador del juego teatral como voyeur, este se contagia de los estados
emocionales, se ve fagocitado por olores, sollozos, caricias y susurros que se
pierden en el rudimentario juego de luces y sombras, acompasados por el sonido
del chelo y el violín, que recrean valses y tangos, danzas de amantes.
Pornografía barata es, sobre todo, juego.
Un juego activo a experimentar con los sentidos y la imaginación. El espectador debe poner las palabras a la
escena de “Noche de bodas”,
interpretada exclusivamente como un “concierto de risas, jadeos, respiraciones,
gritos y roturas” (p. 270). Sospecha los movimientos de los cuerpos de la
prostituta y su cliente tan solo desvelados de la oscuridad por breves e
intermitentes destellos de luz. Disocia el diálogo activo de los personajes de
sus acciones y verdaderos pensamientos, ejecutados en apartes en “Pensamientos”.
Siente el deseo y la soledad de las masturbatorias escenas “Todo va mal” y “Un secreto”: la de él descriptiva de
un culo femenino; la de ella, emocionalmente turbadora ejecutada con un pastel.
Junto al
actor-personaje que le guía por las estancias, el voyeur
comprueba cómo el ligero tono de comedia se torna grave a medida que los
personajes abandonan la razón y liberan sus cuerpos. El candor despierta lo
innombrable. Se escarba, a dentelladas, en los recovecos del deseo y el placer.
Es entonces cuando aparecen las emociones y el juego se complica. La carnalidad
sexual lleva al amor y este descubre las fragilidades, la ternura, las heridas
de cada uno, el estar abocados al dolor y a la muerte. El desnudo físico, por
lo tanto, supone más bien un desnudo emocional que destapa la humanidad de unos
personajes que se desean, se enamoran, se agreden, se follan, se traicionan, se
besan, se extrañan.
Los límites interpretativos están difusos. Sin
duda, es sexo desde el juego del teatro -pero siempre teatro, no sexo. La
implicación requerida y la dureza de este viaje es tal que durante los ensayos Andrés
Lima trabaja en un principio, uno a uno, con la memoria corporal y emocional de
los siete actores, pues los personajes no tienen una construcción psicológica,
sino sensorial. “Estamos acostumbrados a entender solamente con la cabeza, pero
se puede entender con todo el cuerpo”, afirma el director (p. 116). Y la
cercanía con el público no permite el engaño.
La violencia, la humillación, el sexo, el poder
son temas habituales en el teatro comprometido Animalario, que siempre busca ir
más allá. El riesgo y, por qué no, la transgresión de poner en escena algo tan
delicado de abordar en teatro como es el erotismo y el acto sexual, de manera
tan cruda y honesta, es un acto de generosidad por parte de actores y director,
pues comparten su vulnerabilidad con el espectador, quien adquiere conciencia
de la suya propia.
“Si te muerdes el labio mientras follamos
Me gusta tanto como morderte el culo en
las pausas.
Qué bonito es el amor.
Y qué culinario el deseo.
Si te como el coño y me sabe a queso,
Prefiero que te corras pronto,
O no, según el día.
Pero
todo esto lo digo con amargura,
Porque
los besos y todo lo demás,
Se
olvida a qué saben”[2]
[1] Alejandro
y Ana. Lo que España no pudo ver del banquete de la boda de la hija del
presidente, escrita por Juan Mayorga y Juan Cavestany fue un espectáculo de
Animalario que abordaba desde un punto de vista interno, pero satírico, el
pensamiento político de derechas. En estos tiempos en los que el teatro
político es casi inexistente, la corrosiva y lúcida burla no pasó inadvertida
ni por público, prensa o sector escénico en un momento de cierta convulsión
social y política como fue 2003. El montaje fue premio Max de Teatro en 2004 y
supuso tanto la consolidación como el reconocimiento de la compañía a nivel
nacional.
[2] AA.VV., Animalario. Bonitas historias de entretenimiento sobre la humillación
cotidiana de existir, Barcelona: Mondadori, 2005, pp. 262-276. Las cursivas
de la cita son mías.